Teresa
tenía unos labios de película
y yo la adoraba paciente y sarraceno.
Era eminentemente un aprendiz
más ingenuo que un cadete.
¿Quién yo era para recordar mis dedos en su pezón mamario,
sus piernas flacas sin pelos en mi cama
y mi pene musulmán?
Yo;
que balbuceaba hermanas en la Inmaculada Concepción.
Me gustaba tocar con mi dedo aquella úvula.
y a ella arrancar los primeros pelos estos.
Me gustaban sus ojos de perfidia
de un bolero verde impenetrable.
y a ella mi ronco pasional azul.
Me encontré con ella un día,
pero giró la esquina.
Era gorda la odalisca.
Y calvo este sultán.